

Cada mes de septiembre, cuando arranca el curso escolar, las familias vivimos un mismo ritual: libros nuevos, mochilas listas, nervios de reencuentros, ilusiones renovadas.
Es un momento especial, cargado de esperanza. Porque confiamos en que la escuela sea ese lugar donde nuestros hijos puedan crecer, descubrir el mundo y convertirse en ciudadanos libres y responsables.
Y digo libres porque hoy la libertad educativa está más amenazada que nunca. Vemos cómo, en lugar de respetar el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, algunos intentan imponer un único modelo ideológico. Se pretende que la escuela sea un instrumento al servicio de intereses políticos y no un espacio de aprendizaje real. Y no, no vamos a permitirlo. La escuela debe enseñar, no adoctrinar. Debe abrir puertas, no cerrarlas.
Las familias no pedimos privilegios, pedimos respeto. Queremos que se respete nuestro derecho a elegir, que se valore el esfuerzo, que se premie el mérito y que se fomente la excelencia. Queremos una educación que forme en conocimientos y valores universales: respeto, disciplina, solidaridad, esfuerzo, libertad. Todo lo contrario, a esa deriva que busca homogeneizar, recortar libertades y despreciar la pluralidad que existe en nuestra sociedad.
Porque no nos engañemos: detrás de muchos de los debates educativos hay un objetivo claro, y es debilitar a las familias, despojarlas de su papel protagonista en la educación. Y lo siento, pero la familia no solo es la primera escuela, es también el pilar sobre el que se construye toda sociedad libre. Sin familias fuertes, no hay sociedad fuerte.
Por eso, este septiembre, además de libros y mochilas, necesitamos renovar un compromiso colectivo: el de defender una educación en libertad. Una educación que no se mida por los dogmas que impone un gobierno de turno, sino por la capacidad que tiene de preparar a nuestros hijos para enfrentarse al futuro.
No queremos aulas donde se reparten carnés ideológicos. Queremos aulas donde se enseñe Matemáticas, Historia, Lengua, Ciencias… y donde también se inculquen valores como el esfuerzo, la solidaridad, el respeto y la responsabilidad. Queremos que nuestros hijos aprendan a pensar, no a repetir consignas.
Y sí, claro que defendemos la escuela pública. Pero no como ese reducto donde algunos quieren encerrar a las familias, sino como un servicio de calidad abierto a todos y que conviva con la concertada y la privada. Porque defender la libertad educativa es precisamente garantizar que todos los modelos puedan coexistir, sin imposiciones políticas e ideológicas.
No hay nada más emocionante que ver la ilusión de un niño en su primer día de escuela. Esa chispa que le impulsa a aprender, a preguntar, a crecer. Nuestra obligación, como padres, docentes, administraciones y sociedad, es cuidarla, no apagarla con trabas burocráticas, rigideces absurdas o intereses partidistas.
Así que este septiembre, mientras ajustamos las mochilas de nuestros hijos, renovemos también nuestro compromiso: el de una educación que no tema a la libertad, que respete a las familias, que premie el mérito y que ofrezca a cada niño lo que necesita para ser, de verdad, un ciudadano libre. Porque solo así podremos garantizar un futuro de oportunidades para todos.