Hay debates que trascienden las ideologías. Debates que nos colocan frente al espejo de lo que somos como sociedad. Uno de ellos es el valor de la vida.
En un tiempo en el que todo se mide en términos de comodidad, de derechos a medias y de libertad mal entendida, parece que hablar del derecho a la vida se haya convertido en una osadía. Pero lo verdaderamente osado es permanecer en silencio.
Defender la vida no es una postura política. Es una convicción profundamente humana. Significa reconocer que toda existencia, desde su inicio, merece respeto y protección y que nadie tiene derecho a decidir quién vive y quién no. Que el progreso no puede medirse por la capacidad de eliminar lo que resulta incómodo, sino por la valentía de acompañar lo que nos desafía.
El debate sobre el aborto, porque de eso hablamos, aunque algunos lo escondan tras eufemismos, no debería plantearse como una lucha entre bandos. No es una cuestión de mujeres contra hombres, ni de libertad contra prohibición. Es una cuestión de responsabilidad, de conciencia y de coherencia.
Decir que defender la vida es ir contra las mujeres es una manipulación. Precisamente, una sociedad que defiende la vida debería volcar todos sus esfuerzos en apoyar a las mujeres, en acompañarlas, en que ninguna se vea obligada a tomar decisiones dolorosas por falta de recursos, de apoyo o de esperanza.
Cuando una mujer se enfrenta sola al miedo, al abandono o a la presión social, lo que necesita no es que se le ofrezca la eliminación como salida. Lo que necesita es una mano, una red, una sociedad que no la deje sola.
El verdadero feminismo no está en negar la vida, sino en crear condiciones para que cada mujer pueda elegir vivirla con dignidad, fuerza y apoyo.
Por eso, la política también tiene su parte de responsabilidad. No basta con hablar de derechos si no se crean las condiciones para ejercerlos. Defender la vida implica apostar por políticas de apoyo real a la maternidad, de conciliación, de adopción, de acompañamiento psicológico, de redes comunitarias. Implica dejar de mirar hacia otro lado y empezar a construir soluciones.
Porque una sociedad que protege solo a los fuertes, a los ya nacidos, a los que pueden defenderse, es una sociedad que renuncia a su propia humanidad. Y cuando renunciamos a eso, perdemos mucho más que un debate: perdemos el alma moral que nos sostiene.
Nos conmovemos ante las imágenes de las guerras, sufrimos por las víctimas, por los niños que pierden su futuro. Y está bien que lo hagamos. Pero entonces, ¿por qué no sentimos la misma compasión por los más vulnerables de todos, por quienes aún no tienen voz y todavía no han nacido? ¿Por qué no les reconocemos también su derecho a vivir?
En el Partido Popular de Sant Cugat defendemos con convicción el derecho a la vida porque creemos en el futuro. Porque una sociedad que protege la vida protege también la esperanza, la familia y la libertad.
No se trata de imponer creencias, sino de sostener principios y valores. De recordar que los derechos no se construyen negando la existencia de otros, sino afirmando la dignidad de todos. Y por eso seguiremos defendiendo, sin miedo y sin complejos, lo que da sentido a todo lo demás: la vida como el primer y más hermoso derecho.
ESTRELLA SALANOVA és regidora del Partit Popular de Sant Cugat
